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Pero debo explicarles cómo surgió esta idea errónea de denunciar el placer y alabar el dolor, y les daré una descripción completa del sistema y expondré las enseñanzas reales del gran explorador de la verdad, el maestro constructor de la felicidad humana. Nadie rechaza, detesta ni evita el placer en sí mismo, porque sea placer, sino porque quienes no saben cómo buscarlo racionalmente se enfrentan a consecuencias extremadamente dolorosas. Tampoco hay nadie que ame, busque o desee obtener el dolor en sí mismo, porque sea dolor, sino porque ocasionalmente se dan circunstancias en las que el esfuerzo y el dolor pueden proporcionarle un gran placer. Por poner un ejemplo trivial, ¿quién de nosotros realiza ejercicio físico laborioso, si no es para obtener algún beneficio? Pero ¿quién tiene derecho a criticar a quien elige disfrutar de un placer sin consecuencias molestas, o a quien evita un dolor que no produce placer resultante?

cuestión de gusto

Por otro lado, denunciamos con justa indignación y aversión a los hombres que están tan cautivados y desmoralizados por los encantos del placer del momento, tan cegados por el deseo, que no pueden prever el dolor y la angustia que inevitablemente les sobrevendrán; e igual culpa recae sobre quienes incumplen su deber por debilidad de voluntad, lo que equivale a decir por rehuir el trabajo y el sufrimiento. Estos casos son perfectamente simples y fáciles de distinguir.

En un momento libre, cuando nuestra capacidad de elección es ilimitada y cuando nada nos impide hacer lo que más nos gusta, todo placer debe ser bienvenido y todo dolor evitado. Pero en ciertas circunstancias, y debido a las exigencias del deber o las obligaciones del trabajo, con frecuencia ocurrirá que los placeres deban ser repudiados y las molestias aceptadas. Por lo tanto, el hombre sabio siempre se atiene en estos asuntos a este principio de selección: rechaza placeres para conseguir otros mayores, o bien soporta dolores para evitar dolores peores.